¿Sabes de esa sensación de querer salir a la calle y gritar: ¡¡¡soy feliiiizzz!!!, sin que todo te vaya perfecto, pero presintiendo que va a ser un gran día? ¿Sabes de esa sensación de que todo se te está cruzando y una de dos, o te sale fatal o te sale todo genial?
¿Un ejemplo?
Imagina que tienes un examen, y sales con la hora justa. Sales a la misma hora que si tuvieras clase, a la que te da igual llegar tarde, cosa muy probable en cuanto se tuerza una rama. Pues eso, imagina que vas a la parada del bus y esperas el servicio público que tendría que pasar pero que no pasa. Y vas mal de tiempo y ya estás pensando qué decir al profesor para que te deje pasar. Entonces llega el bus, y todo se endereza. Es un autobusero simpático que sabe cuando hay que acelerar y cuando hay que frenar. Es un autobús en el que, por primera vez en tu vida, nadie quiere subir. ¡¡No para!! Te empiezas a tranquilizar hasta que, un pasajero-incordio, decide bajarse en una parada que ni sabías que existía. Cri cri cri. Pero no, porque no hay tráfico y el autobús va veloz por la autopista. Te bajas en la parada y andas, mientras empieza a chispear. Unas gotillas. Tampoco pasa nada, porque a parte de que te gusten esas gotillas, justo cuando entras a la facultad, es cuando empieza a diluviar. ¡Y llegas 5 minutos antes!
Y piensas que la vida es increible, maravillosa, aunque no puedas alardear de nada. Aunque no puedas decir "lo tengo todo". Coño, es que no lo quiero todo. Es simplemente ella. Impredecible. Hace lo que quiere contigo, pero al final...vaya con el final, no me lo quiero ni imaginar.